martes, 12 de julio de 2016

Técnica teatral - Parte I - Las dificultades de interpretar


Voy a hacer una pequeña introducción a algunas de mis técnicas y metodologías interpretativas favoritas. Hablaré de ello en tres post: en el primero expongo someramente las dificultades de la interpretación, como justificación de por qué es necesario dominar (al menos) una técnica teatral. En el segundo hablaré de cómo elegir una técnica concreta, bien como vía de estudio y crecimiento, o para su aplicación en la preparación de un montaje real. Para terminar, en tercer lugar, haré un post con una breve lista de mis técnicas favoritas con sus pros y sus contras. Más adelante les iré dedicando posts enteros a cada una de mis favoritas.

--- ACTUALIZACIÓN--- Este post continúa en este otro: Técnica teatral - Parte II - Mis favoritas.

¿Por qué hace falta una técnica?


Puede que interpretar sea la actividad más complicada que pueda ejecutar un ser vivo, debido a un montón de factores, que desarrollaré a continuación. Antes de nada un matiz: todo es cuestión, por supuesto, de expectativas y exigencia. Cualquier persona (casi cualquiera) puede salir a un escenario y decir dos frases, de ahí a convertirse en un intérprete genial, en un artista total capaz de encarnar el alma humana y conmover y arrastrar a otros hasta su dolor o con su risa… hay un mundo. De Michael Chéjov (de cuya técnica hablaré, es una de mis favoritas) se cuenta que, actuando en Broadway, había ocasiones en las que al salir a saludar parte del público se acercaba hasta el pie del escenario para tocarle los pies, las piernas o sus manos. Cuando me refiero a que actuar es difícil hablo de esa interpretación, no de salir al escenario del colegio en la fiesta de final de curso (que aún así ya tiene mérito y es más difícil que muchas otras cosas…).

Dificultades de la interpretación

Toda actividad humana presenta dificultades. Interpretar incluye la mayoría de las que puedes encontrar en otros oficios y aficiones, todas juntitas y potenciándose.

Para empezar, se hace en público. Sí, la presión de tener 500 o 1.000 personas mirando lo que haces, escudriñándote, bebiendo tus palabras y gestos puede ser mágica, pero es una responsabilidad terrible que pesa sobre cualquier ser humano. Exponerse a los depredadores es una conducta antinatural, contraria a nuestros instintos y un desafío psicológico y fisiológico. Muchas técnicas teatrales dedican parte de su esfuerzo a ayudarnos a levantar lo que los actores llamamos “la cuarta pared”, que es un esfuerzo psicológico por olvidar que se nos está mirando, para sentirnos, por así decirlo, solos (respecto al público, no respecto a los compañeros) y tranquilos en escena. Se le llama así porque en un escenario se está rodeado por tres paredes, la cuarta (imaginaria) se levantaría entre el público y el escenario. O sea que, de alguna manera, intentamos actuar “con el telón bajado”.

Esto, por cierto, es casi igual de cierto en una interpretación cinematográfica o televisiva. Para quien no haya tenido la experiencia y se imagine que un actor de cine rueda más o menos sin público, tengo que decepcionarle: un equipo de rodaje puede ser inmenso, y fácilmente supera, entre actrices, camarógrafos, técnicos de toda índole, productores, etc. al público de una sala de teatro pequeña. Es además un público frío, que tiene un trabajo que hacer complementario al tuyo y que está junto a ti pero no necesariamente mirándote o disfrutando de tu interpretación. Complicado.

Después, la interpretación requiere una increíble conexión humana (con tus compañeros) en un momento de exposición (al público) que puede pedirte lo contrario. Cuando coincido con una vecina en el ascensor, además de la invasión de espacio personal que supone, me siento expuesto, demasiado observado, vulnerable. En ese momento quiero evitar su mirada, desaparecer, convertirme en paisaje como un camaleón. En un escenario puede tenerse el mismo deseo, multiplicado por mil, pero un intérprete tiene que escuchar, contactar humanamente con sus compañeros de una manera incluso mayor y más real de lo que haría en su vida cotidiana. Esto no es fácil, amigas.

El teatro es un hecho artístico, que exige creatividad, entrega y, si se hace realmente bien, desnudar el alma y compartir con el público nuestros rincones ocultos. A medida que crecemos y nos hacemos adultos los humanos nos educamos unos a otros para no mostrar nuestras emociones, para esconder nuestras pasiones. Odiamos a un compañero de clase pero aprendemos a no pegarle. Deseamos a nuestra compañera de pupitre pero no nos abalanzamos sobre ella para besarla. Lo que en los demás animales es natural y sano, nosotros, como parte de nuestro contrato social, lo tapamos y lo anulamos. Ese control (que es un lubricante social importante, pero por desgracia también la fuente de ingresos de psicólogas y psiquiatras) tiene que ser violado por una actriz para dejar expuesta la parte de su alma que va a compartir en escena. La asesina que lleva dentro, su deseo sexual, su miedo, todo lo que vive ocultando de los demás, hoy se va a pedir a sí misma mostrarlo totalmente expuesta. Esto no es nada fácil, amigos.

Las emociones duelen. La educación emocional que nos permite controlar la expresión de nuestro yo interior para elegir qué parte mostramos tiene otro precio: parte de esa contención se logra no sólo evitando exteriorizar emociones, sino incluso aprendiendo a ignorarlas o no sentirlas. Esto además es una barrera de defensa psicológica: si puedo “matar” un sentimiento de rabia cuando es pequeño, creo que no llegaré a explotar y perder el control. Lo mismo con la pena, o el miedo. Así nos pasamos la vida como seres humanos, tragándonos nuestras emociones, nuestros impulsos (a costa de nuestra salud mental, en muchos casos). Una de las maravillas de interpretar, pero también una de sus dificultades y precios, es que te “ablanda”, te quita la armadura emocional dejando tu piel blandita, permeable a la pena, al dolor, a la risa, al deseo, a la furia, a la desesperación trágica…a todo. Es maravilloso, pero desequilibrante. Un continuo volver a la adolescencia (quizás con un poco más de control y menos hormonas en el torrente sanguíneo) mágico pero agotador. Además, en el camino de nuestra preparación como intérpretes y en el uso diario de nuestro arte, nos pasamos la vida recreando emociones desagradables y dolorosas. A la víctima de un trauma o una agresión, se le invita, como sociedad, a evitar cualquier cosa que se la recuerde. Los actores nos pasamos la vida volviendo a revivir nuestros traumas, trayéndolos al presente para volver a vivirlos o inventando nuevos o, incluso, buscando inconscientemente las condiciones para que se produzcan nuevos momentos intensos y vitales que nos enriquezcan con imágenes de dolor, amor y risa para usar después en escena. Terapéutico pero doloroso. Si alguna vez rompes sentimentalmente con una actriz, querido lector, que sepas que, al menos una parte de ella, estará sacando una Polaroid mental de ese momento para usarlo después en su trabajo. En cierto modo el teatro es una religión, ya que da un sentido al dolor y lo convierte en algo útil y constructivo.

Otra: los actores vivimos en un juicio constante. Consecuencia de realizar un trabajo absolutamente expuesto, los actores recibimos un feedback abrumador y continuo sobre nuestro trabajo. Durante la función oímos o no oímos (que miedo da eso) las risas del público. Al terminar se nos aplaude: poco, regular o mucho. Los amigos y familia. vienen luego y nos dan su opinión. En el ámbito profesional, cada seis meses volvemos a empezar nuestra carrera casi desde cero, enfrentándonos otra vez a audiciones y castings, en las que el currículo no cuenta y tienes que volver a jugarte tu pan del medio año próximo y afrontar un montón de “no nos llame, ya le llamaremos” por cada “sí, eres lo que buscamos”. Y después las críticas, ahora ya no solo las de los periódicos: las redes sociales y los blogs convierten a quien quiera serlo en crítico de tu trabajo. Complicado.

No actuar es difícil. Sin más. Mentir es fácil, pero no mentir es superdifícil. Para eso hay que hacer las cosas de verdad, sentir de verdad… Casi nada. Además el resultado debe ser bello, armonioso. U horrible, según. Conseguir eso es complicado. Encima tiene que ser sencillo, simple, comprensible. Y tener un ritmo y una economía de la atención. Casi nada.

Luego están los pequeños detalles: hablar en público, tener que recordar los papeles, tener que llorar o reír cuando tu corazón pediría otra cosa, hacer papeles que no te van o no te gustan (u odias con toda tu alma), aguantar a (algunos) directores de teatro tiránicos o incompetentes, besar a quien no te gusta, pegar en escena a quien amas… Pues eso, complicadilllo.

¿Cómo me ayudará una técnica?

Cada técnica se centra en unos aspectos y trabaja de una manera distinta, pero todas te ayudarán a mejorar tu concentración en escena y a potenciar tu escucha escénica (capacidad de ver, oír y sentir lo que ocurre en escena o a tus compañeros, clave fundamental de la interpretación). Esto te ayudará con la cuarta pared y mejorará tu organicidad. Unas técnicas se centrarán en la verdad y realismo de tu interpretación (Layton), la harán hiperrealista (ideal para cine y tv: Meisner) o conseguirán que seas un intérprete mágico (Chéjov) capaz de proyectarse en el espacio, de transmitir, de encarnar y crear personajes geniales.

Lo ideal es la suma de todas, claro,

En mi próximo post te daré consejos para elegir la técnica más adecuada para ti, en función de qué tipo de intérprete eres, y de qué tipo de intérprete quieres ser.



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