martes, 5 de julio de 2016

Homo dramaticus: el fondo contra la forma


Todos somos actores. Nacemos siéndolo, como puede decir cualquiera que trabaje (o juegue) con niños pequeños. La capacidad de habitar mundos y personajes distintos al nuestro y a nosotros forma parte de las cosas que sabemos hacer desde antes de hablar, o poco después. Quizás sea un componente de nuestro instinto de aprendizaje: cuando una niña de un año imita tu forma de coger la cuchara… ¿no está intentando ser un poco tú por un momento? Si hay algún pedagogo en la sala, que hable ahora para sacarme de mi error o calle para siempre.


Puede que jugar, por ejemplo, a ser Harry Potter sea una habilidad con la que nacemos [y que muchos por desgracia pierden con el tiempo (afortunado yo, que saco la leche de la nevera murmurando un “leches exitus” por las mañanas)] y que poco a poco vamos aprendiendo a utilizar con fines más elevados: convencernos de que no hemos sido nosotros los que hemos roto el jarrón para poder convencer a mamá y sobrevivir a la catástrofe, conseguir mejores trabajos, huir de una vida aburrida o que nos asusta… Whatever sean los motivos, la mayor parte de nosotros evolucionamos desde el juego dramático a formas más complejas de interpretación. Algunas incluso aprovechan para convertirlo en arte, el mejor hobby del mundo o una profesión.

Sea como fuere, y perdóname por lo extenso de la introducción, para muchos humanos llega un momento en el que van un paso más allá y se convierten en intérpretes, actrices, comerciales, maestros, políticos y profesiones similares, en las que la persona tiene que encarnar una imagen que no le es necesariamente propia y convencer a una audiencia X de que es esa imagen, y no su persona, es lo que deben ver.

Y ya por fin me salgo de lo obvio para aportar una opinión con algo más de chicha: en mi experiencia como actor, profe y espectador, observo siempre dos estrategias absolutamente diferenciadas (aunque a veces compatibles) en la manera en que una persona interpreta un papel: hacia fuera o desde dentro.

Con la primera estrategia, “hacia afuera”, sobreviven quienes piensan en la forma, en lo externo, en el cómo debería yo hablar para que mi público entienda, reciba, crea lo que yo deseo. Son los actores más farsescos, menos veraces en general, aunque normalmente de una eficacia más que aceptable si tienen un mínimo talento. Esta es la manera en la que interpreta una niña de 10 años normalmente: voy a hacer de vieja, así que adopto una “postura de vieja” (máscara corporal), pongo una “voz de vieja” (máscara vocal) y me porto una manera que yo misma, si me viera desde fuera, me llevaría a la conclusión “esa chica es una vieja”.

Por desgracia esta estrategia presenta muchos problemas. En primer lugar, es mucho más fácil que un espectador me vea “hacer de vieja”, antes que crea que “soy una vieja”. Los humanos venimos con detector de mentiras incorporado, nos sabemos capaces de mentir y presuponemos en los demás al menos el mismo talento, por lo que nuestro radar se activa ante cualquier señal de fingimiento, cualquier desmesura. Cuando el actor piensa en la forma, es muy difícil regular intensidades, ¿estoy haciendo “lo bastante” de vieja? ¿se verá tanto como yo creo? ¿o me estaré pasando? Hay personas con mucho talento y sutileza, no obstante, que consiguen dominar este método y logran resultados muy aceptables, y en general suficientes para engañar a gran o la mayor parte de la audiencia. Sobre todo en un teatro, donde la distancia difumina los gestos, las voces, los tonos, y el detector de mentiras marca ACME de nuestro cerebro sufre interferencias que ayudan a que la cosa cuele. Máxime cuando el público está, por naturaleza, dispuesto al engaño. Es a lo que ha venido y para lo que ha pagado, al fin y al cabo.

Pero en el cine, por ejemplo, donde la distancia entre el espectador es no solo menor que en un teatro, sino menor que en el mundo físico y real donde una cara o una mirada humana no pueden medir los metros que ocupa una pantalla o tele, la sutileza necesaria para engañar al espectador es imposible por este sistema, con este enfoque de “voy a hacer como que soy…” o “…como que siento…”.

La otra estrategia, la que mola y funciona, es la interpretación “desde dentro”. En esta la actriz se olvida de que alguien la mira (levantando la famosa cuarta pared, que mantiene gracias a su concentración) y se centra en la escucha escénica (pegando su mirada, su olfato, sus manos a lo que hay en escena, ya sea un compañero, una atmósfera, una imagen de su recuerdo o imaginación, a lo que sea) y trabaja para lograr que una emoción, un deseo o un impulso nazcan en ella como estarían naciendo en el personaje, en un universo paralelo en el que la escena fuera un mundo, o al revés. Esta actriz no necesita codificar sus emociones, no tiene que traducirlas ni imaginarse vista por sí misma. No le hace falta por que está “siendo” mucho más que “pareciendo” (nadie es perfecto, siempre hay al menos un poco de las dos cosas). El espectador captará su emoción como lo haría en la vida real, movido por las señales sutiles que un intérprete “externo” no puede controlar casi nunca (como ponerse colorado, que se te erice el bello, que tu cuerpo sienta el impulso de abrazar o matar no porque pienses que debe pasar, sino porque está pasando de verdad dentro de ti).

Un par de comentarios para terminar esta reflexión:

Comentario 1 - La personalidad del actor, y no solo su talento, tienen mucho que ver con su elección de estrategia. Las personas expansivas, histriónicas, desinhibidas y extrovertidas tienden a actuar “desde fuera” mientras que las más retraídas, tímidas, introspectivas e introvertidas tienden a hacerlo “desde dentro”. Muchos de los mejores actores que conozco son profundamente tímidos, y ahí reside su fuerza. Suelen ser también, en mi experiencia, mejores observadores del alma humana y, en muchos casos, tienen una empatía mayor y más real con los que les rodean ¿no somos tímidos, en parte, por que hay un torrente en nosotros que queremos controlar? Quizás quien más siente es quien más se controla, creo.

Comentario 2 - El precio de la interpretación desde el interior es altísimo: es difícil, técnicamente requiere trabajo y entrenamiento, conocimientos y, sobre todo, mucho valor. Los actores miramos los abismos que llevamos dentro y a los que los “muggles” eligen no asomarse por miedo a lo que hay dentro. Que no es otra cosa que tu verdad desnuda, tus miedos, tu vergüenza. Decía Khalil Gibran que “el poeta y el asesino residen en el corazón de todo hombre” (y mujer, añado, mira a Yerma) y dejar asomar al lobo interior asusta y es agotador. Por otro lado, el premio de esta interpretación es inmenso: la verdad. Toda la verdad. La tuya, un conocimiento mayor sobre ti mismo (que es el camino hacia el conocimiento de los demás), la asunción de tus miedos, odios, etc (que es el camino a la aceptación personal y al amor por ti mismo). Y por último, la otra verdad: la escénica. La capacidad de ser de verdad en el escenario otra tú, con otro sentimiento que es real y está ahí y puede ser olido por el público y puede arrastrarle a la empatía, a la comprensión, al dolor y a la risa. Al teatro.

Actuemos, siempre, en la medida de lo posible, desde dentro. Cierto que hay que recordar la forma, aportar belleza a la verdad y controlar cómo se proyecta al mundo. Pero que eso sea un tamiz, un filtro, una gasa de forma puesta delante de una deslumbrante hoguera de verdad en la que ardan sentimientos profundos y verdaderos. O casi.


4 comentarios:

  1. Magnífico texto, Fer. Cuesta imaginar aspectos de la vida que no estén relacionados con el teatro; uno de ellos la propia psicología. Si todos supiéramos y cuidásemos un pelín más estos dos aspectos, ¡cómo cambiaría el cuento! Cuánta verdad afloraría y fluiría (apunta esta frase para el taller "Trabalenguas cacofónicos").

    Me gustaría apuntar mi caso personal, algo confuso y por tanto con el potencial de remover estas ideas. Por un lado siempre he sido muy introvertido y observador de mí mismo; también a veces extrovertido hasta el histrionismo, pero solo cuando la situación me da alas para ello: cuando soy el profe, cuando juego con niños... El nivel de autoconfianza que siento en cada situación, a menudo determinado por factores externos, saca a la luz una u otra faceta en mayor medida. Pero, fundamentalmente, prima mi actitud introvertida. Y, sin embargo, mi actitud actoral encaja plenamente en el "hacia fuera". Esto se debe por un lado a que es el teatro que mamé y casi el único que he conocido. Por otro lado, es precisamente mi timidez la que me impulsa a interpretar un papel artificialmente más que a conectar conmigo mismo, más que a exponer mi verdad. Es decir, que en mi caso la introversión y la observación interna y externa me han permitido acumular un gran bagaje de experiencias y reflexiones propias y ajenas con las que podría aportar mucho, y sin embargo mi principal dificultad reside sencillamente en exponerlas, en hablar desde mi verdad.

    Por eso ando loquito por apuntarme a tus cursos en el grado en que me lo permita mi vida. Tic tac...

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    1. Gracias Al!

      Te espero en clase cuando tus vidas te lo permitan. El teatro es la vida y la vida es teatro, sí. Y lo que aprendemos en uno vale para la otra ;-)

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  2. Hola Fer, soy madre de alumnos de teatro de Dinámica, me ha gustado mucho este blog incipiente ¿podrías ponerle un gadget para hecer suscriptores y así nos llega un aviso al correo cada vez que hagas una entrada?...sino , es posible que nos perdamos en el maremagnum de estímulos que recibimos a diario vía whatssap, facebook, e-mail etc, que nos convierte en máquinas de responder y no de buscar.

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    1. Hola, Esther. Tienes toda la razón, gracias. Lo tenía pendiente pero me has animado a hacerlo inmediatamente ;-) Espero que funcione bien, ¡muchas gracias por tu interés!

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