lunes, 10 de abril de 2017

Haz teatro o cómo cambiar tu vida

Todas las formas de arte deberían, en mi opinión, "tocar" a las personas que las consumen de manera que supongan un hecho trascendente y se genere un cambio, grande o pequeño, en sus emociones, conocimiento o perspectiva.

En el caso del teatro es más que cierto, en mi experiencia, y ya lo había podido comprobar como actor y espectador. Sin embargo, hay un potencial de crecimiento mucho mayor esperando agazapado para ser el premio de quiénes, como mis alumnas, deciden embarcarse en la aventura de descubrirse y descubrir la vida y a los demás mediante el estudio de la interpretación.




Este año, en el que Dinámica Teatral me ha dado su confianza para enseñar con absoluta libertad de cátedra en varias formaciones (técnica teatral, improvisación, stand-up comedy, interpretación ante la cámara...) y en la que he podido también seleccionar los textos a representar, he comprobado algo que había experimentado en mis "carnes" y en la de compañeros de profesión y estudios, pero que todavía no había sentido desde el otro lado, el del profesor: cómo estudiar teatro cambia la vida de las personas.

No sé cuántas veces lo he oído este año de boca de mis alumnas, y en muchas más he creído (y querido) escucharlo en sus actitudes vitales, en sus conductas y en sus sonrisas: estudiar teatro cambia la cosmovisión de un humano.

Empezando por la visión interior, la observación y comprensión de las propias emociones, de las mentiras que se esconden a veces en nuestros razonamientos, recuerdos y, en general, en todo lo intelectual que hay en nuestras vidas. Continuando por una reconexión con el cuerpo y las emociones, una vuelta a la sencillez (compleja) de la niñez, de la observación intuitiva de las energías y los deseos propios.

Y terminando, por extensión (o al revés, como paso previo) por una comprensión aumentada de los demás, de sus circunstancias, de sus miedos y miseria: de su belleza, en suma.

Estudiar interpretación tiene un efecto desinhibidor, liberador, te permite rescatar partes de ti que dormían, sedadas cuidadosamente por una sociedad que nos quiere igualados, rasos y tranquilos.

Acercarte, además, a los textos y personajes, a su psicología y biografías constituye una pequeña lección de antropología, un viaje al corazón del ser humano, de su mente y su cuerpo. Y una terapia efectiva contra los prejuicios y las ideas preconcebidas basadas en axiomas externos y mucho menos naturales, sanos y eficaces que la escucha de corazón a corazón, de alma a alma, de ojos a ojos que es, quizás, el mayor don que un artista (y una persona) puede desarrollar.

No sé por qué no se enseña teatro en los colegios, pero creo con toda sinceridad que debería ser una asignatura obligatoria y sé positivamente que quien no hace teatro se está perdiendo cosas en la vida que van infinitamente lejos del escenario: hasta el propio corazón humano, propio y ajenos.

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