miércoles, 1 de febrero de 2017

Los principios morales: amar lo que odio

Toda escena teatral y cinematográfica es un conflicto entre un protagonista que desea cambiar la situación y un antagonista que desea mantenerla ("cásate conmigo-no quiero casarme contigo", "muere y satisface mi venganza-no quiero morir"...)

Al trabajar la técnica de William Layton, los intérpretes analizamos las razones por las que los personajes (y nosotros en las improvisaciones que usamos para entrenarnos y para entender orgánicamente las escenas) participan en el conflicto que conforma la escena, desde varios puntos de vista.

Uno de los criterios que más condiciona cómo se pide o niega el deseo, con qué intensidad y estrategias, los clasifica en "emocionales", "prácticos" o "por principios".

Así, puede que un personaje quiera lograr un beso de su partenaire porque se siente emocionalmente impulsado a ello (en el caso de una improvisación, el intérprete recordará un momento de su vida en el que lograr un beso le proporcionó placer, al nivel que corresponda), por ejemplo.




En otras ocasiones lo que se persigue tiene carácter práctico: ganar dinero, obtener un beneficio laboral, poder para lograr otros objetivos...

El tercer caso es muy interesante, y bastante frecuente: cuando mi personaje (o el intérprete) persigue o niega el objetivo "por principios", es decir, por una convicción ética y moral que lleva grabada en su espíritu, generalmente como resultado de la influencia de la sociedad (aunque también puede ser por un trauma o experiencia previa que le ha marcado de manera poderosa).

Por ejemplo, un abogado defensor puede perseguir la libertad de su cliente no por razones económicas (o también) si no por un sentido de la justicia, o por la creencia de que debe hacer bien su trabajo. Estas razones son, a veces, las más poderosas, ya que parten de un mantra grabado en nuestro espíritu que resulta poco negociable.

Es lógico que sea así: es el contrato social que como familia o sociedad aplicamos desde el nacimiento de cada miembro, trabajando en conjunto para grabar en su mente ideas que protegen al conjunto. Por ejemplo: no se debe matar, robar está mal, el mundo debería ser justo...

Hay dos reflexiones que quiero hacer sobre estos principios morales.

El primero es que no son naturales, y es importante trabajarlo. Hay una razón por la que la sociedad pena el asesinato y por la que educamos (o intentamos educar) a los niños y niñas en la creencia de que la violencia no es una solución deseable y que quitar la vida o agredir a otros está mal: que no está en nuestra naturaleza considerarlo así. Que matar y agredir es natural para las personas. Si no fuera así ¿por qué sería necesario educar a las personas, repetirles una y otra vez y premiar o castigar las conductas para redirigirlas? No es necesario hacer una labor educativa para fomentar el consumo de chocolate: desear el chocolate parece inherente al alma y cuerpo humanos, mientras que muchas otras conductas que nos parecen (o no) razonables y deseables (como respetar la propiedad ajena) no parecen venir "de serie" en nuestro equipamiento.

Para el intérprete es importante recordar esto porque en toda lucha de los principios contra las emociones hay un trasfondo de conflicto interior más profundo que el que transcurre en la superficie, y debe ser vivido para poder encarnarlo con verdad. Si descubro a mi hermano cometiendo un delito y debo enfrentarme a la decisión moralmente "correcta" pero emocionalmente dolorosa de delatarlo, debo tener en cuenta que, además, delatar no es un instinto primario, no tenemos una hormona del "delatar". Cabría en este ejemplo ir más lejos y plantearse si "proteger a mi familia" es una razón verdaderamente emocional o también es una razón "por principios" que respeto y siento porque he sido educado así.

Como vemos, distinguir emociones de principios heredados o recibidos es algo que puede ser muy difícil (creo que muchas consultas de terapeutas y psicólogos están llenas por esta lucha interior de la que somos poco conscientes).

La otra consideración es la moral del personaje, que a veces puede ser incompatible con la del intérprete. Por ejemplo, supongamos que mi personaje no quiere contratar a otro por el color de su piel. Esto, desde mi punto de vista personal, podría parecerme a priori una cuestión emocional (odio a otras razas) pero probablemente esa percepción sea una simplificación que hago porque no comparto los principios morales que lo sustentan. El racismo de mi personaje es, muy probablemente, una pulsión inducida y heredada, que habrá "mamado" y recibido como yo he hecho con la idea de la igualdad.

Esa es una gran dificultad en ocasiones, ya que defender a un personaje con el que no comparto un código moral puede romperme y doler. Pero también es una de las grandes enseñanzas que el teatro puede darte: entender que el bien y el mal son cuestión de punto de vista, de circunstancias, de experiencias y de códigos morales que no son universales ni naturales y, por tanto, que pueden estar equivocados. Así el teatro y la interpretación te pueden ayudar a entender sin juzgar a los personajes y a las personas planteándote que son así por una (o muchas) razones que los han configurado (además de sus decisiones, tampoco es que todos seamos ángeles y el mundo venga a pervertirnos) y que dividir a las personas en buenas y malas es una simplificación útil, quizás, pero que muchas veces me llevará a la injusticia (otro principio universal que falsea el mundo, que se lo digan al Quijote ;-)

Termino con una frase de mi adorado Khalil Gibran: "El asesino y el poeta viven en el corazón de cada hombre" (y mujer, sí).

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