lunes, 12 de diciembre de 2016

El texto: tejido vital

Nuestra palabra "texto" viene de la latina "textum", cuyo significado se corresponde con la actual "tejido". Tiene mucho sentido que así sea, sobre todo cuando hablamos de teatro o cine, porque el texto es y debe ser un tejido, una trama (otra palabra que originariamente aplicada a la tela y que hemos robado para el teatro) en la que los hilos son las vidas y deseos de los personajes, que se entremezclan formando una urdimbre de conflictos que los actores y actrices hemos de recrear llenando de vida los escenarios y las pantallas.



Todas mis alumnas saben que la lectura analítica del texto, primera fase de mi trabajo de mesa al montar una obra, es uno de mis momentos favoritos en la vida. El primer acercamiento al texto es una experiencia religiosa, un momento de vouyeurismo casi indecente en el que buceamos en la vida y la psicología de un conjunto de seres humanos en algún momento significativo de sus existencias.

Hay muchas profesiones en las que se tiene acceso a información privilegiada sobre la condición humana, pero suele llevar aparejado un secreto profesional, quizás una sensación morbosa de estar compartiendo por necesidad lo que no debería ser compartido. Así me imagino que se siente una psicóloga, una policía, un asistente social o un camarero, por ejemplo. Los que nos dedicamos al teatro tenemos la suerte de ver sólo la parte más interesante de la existencia, nosotros nos alimentamos de vida destilada y concentrada, y a medio digerir ya por el dramaturgo.

Muchas veces, por desgracia, trabajamos sobre textos de autores mediocres, o que al menos han tenido que elaborar productos artísticamente poco valiosos en aras de crear un hecho teatral más vendible, más acorde a un público y una sociedad algo embrutecidas por productos de fast media (si una hamburguesa de McDonalds es fast food, llamemos fast media a "Mujeres, hombres y viceversa", por ejemplo). Pero otras veces, en algunas situaciones, uno tiene el lujo de acercarse al pensamiento, la perspicacia y la magia de grandes autores que han sabido mirar el alma humana y captar su perfume, y a veces además han sabido plasmarlo con belleza poética y/o eficacia prosaica (observa el doble sentido de prosa, aquí ;-).

Uno de los lujos que supone enseñar teatro es que se puede apostar por la calidad literaria de los textos a montar sin medir las consecuencias de esa eleccion en términos comerciales. Por eso este año voy a confrontar el talento de mis alumnas a la magia, la calidad, la grandeza infinita de textos de Tennessee Williams, Shakespeare, Lorca, Valle-Inclán o Goldoni.

Y una gran parte del disfrute que conlleva esta suerte es ver a mis alumnas aprender de sus personajes lecciones que se llevarán inevitablemente a su vida. Ver en otros los efectos de las adicciones, del amor mal o bien entendido, aprender a conquistar eróticamente con las palabras que Lorca urdió (siempre tejiendo...) para algún personaje o anticipar las grandes encrucijadas vitales que, tarde o temprano, nos llegarán (o a las que llegaremos, según asumamos el control de nuestra vida o nos dejemos llevar por el viento) es, quizás, la gran lección global que el teatro tiene para sus hijos e hijas.

Pocos pueden hacer una obra de teatro sin quedarse para sí ideas, frases, perspectivas nuevas que un autor puso en boca de personas (etimológicamente, en su origen latín derivado del griego, persona significa máscara) más reales que las que nos rodean.

Quien vive haciendo teatro (y viceversa) está más preparado, mejor armado para lo que venga. Así puede luego elegir sentirse más seguro donde está o, más probablemente, recorrer más caminos que otros. En palabras que Shakespeare puso en boca de Lord MacBeth: "Me atrevo a todo lo que se atreva un hombre. Quien se atreva a más, no lo es". Una actriz, por ejemplo, conoce el tejido de las palabras, las emociones y los pensamientos. Por eso puede atreverse a más.

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