martes, 2 de agosto de 2016

Arco del personaje: Aurorita, que aún no ha pasado nada


Una anécdota teatral que suelo contar en mis clases, porque contiene un aviso para navegantes que todo actor debe recibir: ojito con el arco del personaje.

Llamamos arco del personaje, o arco dramático, a la evolución que un personaje va teniendo durante una obra de teatro. El teatro es vida condensada, y tanto si el texto nos cuenta un breve lapso de tiempo (quizás exactamente el que dura el montaje) como si nos cuenta la biografía de una persona, los personajes irán sufriendo cambios de todo tipo a lo largo de la historia, generalmente causados por los conflictos que estamos mostrando.


Los cambios son de todo tipo, interiores y exteriores: los personajes (las personas) envejecemos, aprendemos, nos traumatizamos, nos libramos de nuestros traumas, aprendemos… y todas estas cosas cambian nuestra cosmovisión, nuestro aspecto, nuestra forma de expresarnos y a nosotros mismos en nuestra mismidad misma.

Mostrar ese arco, esa evolución es quizás el mayor reto para la actriz, ya que no basta con construir un personaje psicológicamente coherente y lleno de vida, sino que debe crear varios (el personaje aplicado a cada momento) que conformarán al sumarse la personalidad entera.

Para mí, el arco del personaje es una obsesión, algo que debe mimarse (de hacer mimos, no de hacer “el mimo”) y que es en muchas ocasiones lo que hemos venido a contar con el montaje. ¿De qué sirve mostrar una foto de un ser humano, por interesante, bello o divertido que sea, si no vemos de dónde viene o hacia donde le conduce su idiosincrasia?

Dicho lo cuál, aquí va la anécdota, que ilustra el peligro que para el actor supone tener una idea preconcebida del personaje, una imagen poderosa, apriorística y demasiado definida de quién es y cómo debe ser la persona a la que encarna, olvidando que los personajes, como las personas, son, pero también (o sobre todo) están.

Aurora Bautista fue una actriz del siglo pasado. Empezó en el teatro e hizo también mucho cine, al que aportó una cierta tendencia a dramatizar en exceso y a actuar “hacia fuera” en lugar de “desde dentro” (véase este post sobre el tema). En 1.960, y a las órdenes de Luis Escobar, se atrevió a encarnar a “Yerma” de Federico García Lorca (digo “se atrevió” porque con Franco era una obra y un autor que caían regular, no por la osadía de enfrentarse al personaje, sin la que ninguno trabajaríamos). En el primer ensayo del montaje, que como es uso y costumbre en el teatro se empezó a trabajar por el principio de la obra (ojalá el cine también lo hiciera así), Aurorita entra en escena para representar la primera escena del primer cuadro, en la que Yerma y su marido son un matrimonio joven, que llevan un cierto tiempo casados y no ha tenido hijos, pero sin que haya aún transcurrido tanto tiempo como para que haya perdido la esperanza (ella, a él se la sopla) de que eso vaya a suceder.

La primera frase nos muestra a Yerma buscando a su marido que aún está en la alcoba, llamándole para desayunar. El texto es el siguiente: “Juan. ¿Me oyes? Juan.”. Aurorita, en este primer ensayo, entró cargada con la gran fuerza dramática, trágica y épica que quería aportar al montaje, y lo declamó horriblemente con el tono sobrecogido de quien ha visto los horrores del mundo y sabe que el destino es inevitable y una putada. Tan pronto la oyó, el director, con voz absoultamente calmada, la reconvino así: “Aurorita, guapa, cálmate, que aún no ha pasado nada.”

Qué genial síntesis de lo que intento explicar sobre el arco del personaje, ¿no te parece?

Iré contando más anécdotas, si hay alguna que te sepas y quieras compartir, déjame un comentario a este post y la incluiré en alguno futuro.

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