La raíz latina de "persona" significaba, originariamente, "máscara del actor". No creo que sea una coincidencia que hayamos acabado usándola para referirnos a los seres con los que convivimos, ya que nuestra vida, más que un continuo relacionarse de seres humanos, se parece más a una experiencia irreal de máscaras hablando con máscaras.
Una máscara, en teatro, es cualquier dispositivo, actitud, elemento, voz, tic, personaje y un infinito etcétera de elementos que utilizamos para evitar exponer nuestra verdad interior. El caso de la máscara física, de la careta, es de los más extremos: ponemos una cara de papel, por ejemplo, delante de nuestra cara real, y así dejamos de sentirnos expuestos y vulnerables e, incluso, de ser responsables de lo que hagamos, ya que es la máscara la que habla y actúa, no el ser humano que hay debajo.
En la vida corriente recurrimos a máscaras ligeramente más sutiles: hablamos con la voz de nuestros padres, sujetamos la taza de café "cómo debe hacerlo un adulto" o reprimimos nuestros deseos e impulsos naturales y verdaderos para cambiarlos por un papel que representamos y en el que nos sentimos, en principio, más cómodos que si exponemos nuestra verdad interior, nuestras debilidades y pulsiones.
La cosa va más lejos: no tenemos una única máscara, sino muchas, casi una para cada persona con la que convivimos: somos trabajadores serios y razonables en nuestro empleo, niños buenos para nuestros padres, superhéroes sin rupturas para nuestros hijos... Es una virtud extra de las máscaras: evitan los roces, los conflictos. Lubrican la maquinaria social permitiéndonos "caer" bien y salvándonos de las peleas que, inevitablemente, habría si fuéramos quiénes somos de verdad.
Una actriz tiene que salir de esa trampa, si quiere crecer personal y artísticamente. Es imperativo que una se atreva a mirarse al espejo, a los ojos, de verdad. Sin máscaras, sin mentiras, sin artificios intelectuales ni aprendidos. Es imprescindible primero ser de verdad. Lo veo poco a poco en mis alumnas (a veces no es poco a poco, pero como soy muy pequeño me da envidia haber tardado yo tanto y quiero creer que es difícil y cuesta mucho tiempo para sentirme mejor) cuando se enfrentan a su verdad, a sus deseos y miedos, y aprenden a respirarlos, a aceptarlos e incluso a disfrutarlos. Y después ocurre algo mágico en algunos casos: algunos de esos seres maravillosos, después de desnudar su alma y su corazón, son capaces del mayor acto de valor y generosidad imaginable: se atreven a compartirlo con sus compañeros en los ensayos, y con el público más adelante. Despojadas de toda capa de mentira se atreven a vivir en escena (y fuera) dolor, odio, vergüenza, pequeñez, envidia. Todo lo que nos hemos enseñado unos a otros que debería ser ocultado, que es malo y hay que tapar, ellas lo muestran en un acto heroico. Y en ese acto, en la magia del teatro, nos dan una lección a todos los demás de sencillez, de humildad, de valor y de amor que nos acerca poco a poco, espectador a espectador, hacia una vida más real, más verdadera y feliz, en la que logremos aceptarnos como somos y perdonarnos y perdonar al tiempo a los demás por ser como son.
Una última reflexión: he descubierto hace poco, y creo que podría ser algo bastante universal, un hecho muy interesante. Creo que todos llevamos dentro, en realidad, el deseo de liberarnos de nuestra máscara. Y creo que usamos un mecanismo curioso, sencillo e interesante: tendemos a usar máscaras que nos defiendan pero que, en realidad, expresan de alguna manera nuestro sentir verdadero, quizás con la esperanza de ser descubiertos en el proceso. Por ejemplo, una persona llena de odio puede adoptar a veces una máscara, un personaje, de humor ácido y dañino. Así tiene la sensación de estar siendo positiva sin exponer su verdad interior. Pero la máscara, en realidad, ha sido elegida para satisfacer al animal interior que quiere, en ese ejemplo, morder y hacer daño y lanzar su rabia hacia afuera.
Hay una vida sin máscara para quien se atreva a vivirla. Los actores no podemos elegir: si queremos cumplir nuestro destino, si queremos ser embajadores de la verdad y la vida, tenemos que hacer el voto de no vestir, nunca más, máscaras de mentira.
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