sábado, 31 de agosto de 2019

Protagonista o antagonista: una elección (o no)


Toda escena teatral debería contener un conflicto. Si no, aunque cumpla una función estética o estructural dentro de la construcción dramática, tendrá poco interés y disipará el interés del público.

En el trabajo con la técnica Layton, y con el objetivo de preparar a las actrices para la vivencia de conflictos en escena, se simplifica la estructura básica de una escena a la siguiente estructura: hay un protagonista (que quiere cambiar el status quo, la situación de partida) y un antagonista (que se opone a ese cambio). A veces, además, uno o los dos personajes tienen también conflictos internos, que les hacen, al menos en cierta medida, tener razones para oponerse a la que es su postura inicial.

Duelo a garrotazos (Goya)
Duelo a garrotazos (Goya)

lunes, 19 de agosto de 2019

El proceso de aprendizaje (actoral)

Aprender es un proceso eterno. Esto es cierto para un artista, para un técnico y para cualquier ser vivo. Es una vivencia continua pero irregular: la famosa curva de aprendizaje nos dice que los primeros avances en cualquier materia son rápidos, mientras que, una vez que hemos alcanzado cierto nivel, empieza a costar más y más seguir mejorando.

Esa curva, sin embargo, tal y como se representa normalmente, no es un reflejo fiel de cómo suelen producirse los avances, que en realidad son más una interminable sucesión de “empujones” más o menos potentes en lugar de un crecimiento suave y constante.

lunes, 13 de mayo de 2019

Teoría de las Tonterías Múltiples

Seguro que has oído hablar de la Teoría de las Inteligencias Múltiples. Parece que poco a poco ha calado en la sociedad, sustituyendo la anterior veneración por la inteligencia humana y su máxima expresión, el Cociente Intelectual.

sábado, 6 de abril de 2019

Atrévete a aceptar

El ser humano tiene un gran talento y maldición: la capacidad de poner en duda o incluso negarse a ver hechos del mundo que le rodean (y de su interior) para adaptarlos según su conveniencia psicológica.

Así, por ejemplo, es como parece funcionar el mecanismo del shock. Cuando recibimos una noticia devastadora o sufrimos un trauma, nuestro cerebro es capaz de dosificar nuestro acercamiento al dolor haciéndonos negar o dudar lo que ha ocurrido.


También, en otro orden de cosas, somos capaces de olvidar las normas y principios aprendidos cuando, tras haber cometido algún delito o mala acción, necesitamos ajustar nuestra cosmovisión para crear un nuevo mundo en el que podamos vernos como buenas personas. ‘No tenía más opción que hacerlo’, ‘no es tan importante’, ‘las normas están para romperlas’... nos cuesta menos hacer esta  adaptación interior de la realidad que aceptar que somos malos y egoístas a veces.

Es un mecanismo bastante eficiente que nos mantiene estables (a cierto nivel) aunque a largo plazo será difícil de mantener. No somos tan buenos, al fin y al cabo, mintiéndonos a nosotros mismos y estas adaptaciones parecen ser una huida hacia adelante de la que no solemos salir indemnes. Antes o después tendremos que asomarnos al abismo interior que llevamos dentro, con sus luces y sus sombras.

Las ‘personas normales’ pueden permitirse el lujo de aplicar este talento, aunque seguramente sería mental y vitalmente más higiénico desarrollar otro talento que, por suerte y desgracia, los actores no podemos permitirnos olvidar: la capacidad de aceptar.

El trabajo de la actriz es mirar dentro de sí con valor y honradez, de mirar a los ojos a su asesina interior y aceptar que está ahí. Porque solo aceptando lo bueno y malo que hay en nosotros podremos acercarnos a nosotros mismos, a nuestros personajes y a nuestro público desde la verdad.

Las personas somos vulnerables y crueles. Somos ridículos, envidiosos, miserables a veces. Somos tontos. Aceptar esta verdad es la mayor liberación que una persona puede alcanzar (redios, qué tranquila hubiera sido mi vida si hubiera sabido lo facilísimo que es todo cuando se puede decir ‘no lo sé’ o ‘no soy capaz’). Pero aceptar todo esto parece atentar contra nuestra, generalmente, maltrecha autoestima y al principio se hace más que cuesta arriba. Sin embargo, para la valiente que se atreva a mirarse al espejo y aceptarse hay premio gordo, quizás el mayor premio gordo de todas las loterías de la vida: el descubrimiento de que, al otro lado de la aceptación, la autoestima es perfecta. Cuando acepto que soy tonto, débil y cobarde, y que los demás también pueden serlo, termina el juicio crítico que he aplicado a todos y a mí y empieza la paz.  Cuando uno recorre ese camino empieza a dejar de tomarse en serio, por fin, a sí mismo y al mundo. Reírse de tus defectos y tus envidias, y de las de los demás, sin acritud y sin juicio, podría ser el secreto de la felicidad duradera. En cualquier caso es el de la calma y la paz vital.

En el teatro es imprescindible, porque no puedo hacer el papel de asesino cruel con verdad si no puedo aceptar que hay un rincón de mi alma en el que ver sufrir a otros resulta interesante, reconfortante o sencillamente divertido.

Todo lo dicho vale, y con las mismas consecuencias y trabas, para las virtudes tanto como para los defectos. Aceptar que se es también bueno, inteligente, prudente, bello, sexi, atractivo, interesante conlleva incluso más trabajo y requiere el mismo valor. El premio es el mismo: amarse por fin.

Como intérprete, o como persona, te animo a que empieces la tarea de aceptarte y aceptar. A que dejes de juzgar a los demás y de juzgarte a ti mismo (con frecuencia una cosa implica consciente o inconscientemente a la otra) y te tomes menos en serio. Te queremos igual aunque seas idiota, un vago o una envidiosa. De hecho, me doy cuenta mientras escribo todo esto de que todos los que me querían supieron mis defectos antes que yo, y que mis burdos intentos por disimular lo cabrón (y lo hermoso) que soy han ido siempre contra mí.

En la escuela de teatro en la que trabajo incidimos mucho en el trabajo para controlar las máscaras personales, y los mejores resultados vienen siempre de la aceptación. Acepto que tengo miedo y dejo de ir de borde. Acepto que los demás me quieren y dejo de ir de payasa.

Acéptate y ¡fuera máscaras!

miércoles, 14 de noviembre de 2018

Primero, escúchate tú

Tras demasiado tiempo absorto en otras obligaciones, vuelvo a la carga con este blog que, como ya sabes, trata sobre la interpretación y su aprendizaje.

En esta ocasión voy a hablar de la escucha, clave del trabajo actoral y de la vida, con una perspectiva nueva que, como siempre, he aprendido mientras enseñaba a mis alumnos y gracias a ello.

jueves, 30 de noviembre de 2017

La baja autoestima y como erradicarla (del mundo)

Digo, sin mucha presunción, que acabo de hacer el descubrimiento más grande de mi carrera y mi vida. Quizás sea algo que todo el mundo sabía menos yo, me da igual. Me acabo de curar, sólo con entender su mecanismo, de una grave enfermedad, y quiero compartir contigo este conocimiento. Si ya lo sabías, perdón por robar tu tiempo. Si no, de nada. Espero que te ayude. Te voy a contar por qué tienes baja autoestima, y por qué la provocas en los demás. Lee.

jueves, 23 de noviembre de 2017

Interpretación y empatía: confluencia y catarsis

Los humanos somos seres sociales. Hemos evolucionado para poder convivir con nuestros congéneres, y una de las adaptaciones que hemos sufrido (como otros mamíferos superiores) es la aparición de la empatía: la capacidad de identificar y, hasta cierto punto, compartir, la emoción de la persona que tenemos delante.

Nuestro cerebro tiene las llamadas "neuronas espejo" cuyo trabajo consiste en leer (escuchar, diríamos en teatro) la emoción de la otra persona y provocar respuestas en nosotros que tienen que ver con esa emoción ajena. La compasión, la risa pegadiza o el bostezo contagiado serían ejemplos de esto. La ausencia total de empatía impide a una persona relacionarse emocionalmente con otras (un psicópata o un sociópata serían casos extremos).