lunes, 19 de agosto de 2019

El proceso de aprendizaje (actoral)

Aprender es un proceso eterno. Esto es cierto para un artista, para un técnico y para cualquier ser vivo. Es una vivencia continua pero irregular: la famosa curva de aprendizaje nos dice que los primeros avances en cualquier materia son rápidos, mientras que, una vez que hemos alcanzado cierto nivel, empieza a costar más y más seguir mejorando.

Esa curva, sin embargo, tal y como se representa normalmente, no es un reflejo fiel de cómo suelen producirse los avances, que en realidad son más una interminable sucesión de “empujones” más o menos potentes en lugar de un crecimiento suave y constante.


Hace poco mi amada compañera de trabajo (y vital) Mahue Andúgar, compartió conmigo algo que acaba de aprender: que el proceso que seguimos al aprender cualquier materia, habilidad o trabajo sigue cuatro fases: la incompetencia inconsciente, la incompetencia consciente, la competencia consciente y la competencia inconsciente. Fue como una explosión de luz para mí, ya que este esquema refleja lo que siempre he sentido (como alumno y profesor) y lo pone en palabras sencillas. Hoy voy a comentar este proceso en relación a la muy específica área de la interpretación:

Fase 1 - Incompetencia inconsciente

Por aquí empezamos todos cuando nos acercamos por primera vez a un nuevo área de conocimiento: no tenemos ni idea (somos incompetentes en ese área) y ni siquiera sabemos lo incompetentes que somos ni lo mucho que nos falta por saber. Puede que tengamos una cierta sensación de facilidad o talento para ese área pero no tenemos criterio para juzgar nuestra capacidad, ni sabemos el nivel de dificultad que supondrá este aprendizaje. En muchos casos ni siquiera sabemos para qué servirá exactamente el nuevo conocimiento, ni lo que nos aportará vitalmente, ni el coste vital que tendrá adquirirlo y poseerlo. Porque sí: para aprender hay que pagar un precio, pero saber también también tiene coste (y no tiene vuelta atrás, así que ojito con lo que preguntas).

En teatro esta fase se vive con ilusión, me parece. Mis alumnos llegan a mis clases con muchas ganas de explorar, de aprender. Pocas áreas del conocimiento son tan atractivas, glamourosas y retadoras como el teatro y la interpretación. Pueden ser más o menos incompetentes (la interpretación es una competencia vital cuasi-innata que desarrollamos en función de nuestras necesidades y naturaleza) y suelen ser muy inconscientes a todos los niveles sobre lo que el teatro es en realidad.

Por un lado no suelen tener una idea clara (incluso suelen tener una idea equivocada) sobre su propio potencial (maldita autoestima). Muchos ni siquiera saben lo que supone o lo que es realmente la interpretación. Por ejemplo, y es algo maravilloso de observar en cada nueva “hornada” de alumnas, la mayoría pensamos (antes de tener un primer contacto con él) que hacer teatro es un juego sin coste personal, que consiste en convertirnos en otras personas y vivir otras vidas, y a muchas les atrae precisamente por lo que supone (creen) de evasión ante la propia vida. Sin embargo, muy pronto descubren que el teatro es un viaje hacia el interior, que, como el amor cuando se hace bien (el teatro es un acto de amor, como cocinar o el sexo) tiene mucho menos que ver con el otro (el público) que conmigo mismo. Pronto entienden que interpretar es más conocerse y aceptar las propias miserias (y maravillas y talentos) que evadirse de ellas. Esto es algo que disuade a algunos de continuar, pero quizás sea la principal razón por la que la mayoría no pueden dejarlo después de haberlo probado.

Fase 2 - Incompetencia consciente

En esta fase, la alumna descubre lo que la materia (el teatro en este caso) requiere realmente. Y también toma conciencia de su propia capacidad, sobre todo de las dificultades que tendrá que vencer (superar el miedo, olvidarse de los otros para escucharse/amarse ella misma, superar el ridículo, etc.). Esta es la fase más dura de pasar (y de hecho donde suelen abandonar los que lo hacen) porque el reto puede asustar, y porque el proceso de aprendizaje implica una desestabilización de las emociones que más o menos hemos aprendido a gestionar en la vida. Además, en este momento la maldita comparación con las otras lleva a ideas equivocadas sobre la facilidad o talento propios frente a la “media” y a muchos les desanima pensar que les costará o resultará imposible alcanzar un nivel de “excelencia” acorde con su perfeccionismo o su propia necesidad de sentirse admirados (o de admirarse a sí mismas). Por todas estas razones, es la fase más larga y difícil, y, con mucho, la de menor disfrute para los que afrontan el reto con miedo. Una vez superada la sorpresa inicial por lo que el teatro aporta a la propia vida, y habiendo empezado a desarrollar el propio criterio y la capacidad de juzgarse, para muchas el coste vital y el resultado final esperable no compensan, como consecuencia, se rinden y abandonan.

Para otros, sin embargo, esta fase es un disfrute infinito que casi duele superar. Si uno se atreve a mirarse dentro y afronta las propias miserias, limitaciones y miedos con un mínimo de valor, generosidad con uno mismo y capacidad de aceptación, cada problema que aparece en el camino, cada prueba a superar, cada conocimiento sobre el “propio yo” que va apareciendo en el horizonte es una nueva montaña que escalar, con el premio (quien ha subido una montaña lo sabe) que conlleva llegar arriba, mirar hacia delante para contemplar un nuevo horizonte (con nuevas montañas) y (mi parte favorita) echar un breve vistazo al camino recorrido perdonándonos por nuestras anteriores torpezas y desconocimientos y  aceptar el nuevo ser más completo, bello y perfecto, que está una montaña más lejos del desconocimiento y una montaña más cerca de la simple verdad definitiva de la vida: quien acepta el miedo y lo sobrepasa no encontrará nunca la última montaña del camino, y aprenderá a disfrutar cada subida, cada bajada, cada cansancio, como parte del acto mágico de vivir y caminar.

Fase 3 - Competencia consciente

Si has llegado a esta fase… ¡enhorabuena! Lo peor, con mucho, ya ha pasado. Ahora tienes las competencias necesarias para poder hacer el trabajo (o el hobby) más hermoso del mundo. Ya eres capaz de encarnar personajes, de vivir de verdad en el escenario. Habrás acumulado además un increíble arsenal de fortalezas vitales que te llevarán a la empatía mejorada, al autoconocimiento ajustado (entender a los demás y entenderme yo es casi lo mismo), que multiplicarán tus habilidades sociales, habrás aprendido a mejorar tu autoestima y, como felicísima consecuencia, a quererte y querer más y mejor. 

En teatro solemos usar el termino “romper” (tal actriz ha “roto”, decimos) para ese momento mágico en el que de repente una actriz actúa por primera vez de verdad en el escenario, con control y consciencia, con aceptación y más disfrute que miedo. Es un día señalado en la vida de toda actriz, quizás el más importante y seguramente el mayor “empujón” a la curva de aprendizaje que supone un salto cualitativo sin vuelta atrás.

En esta fase la alumna ya es casi maestra (al menos de sí misma y siempre de su profesor, seguramente también para sus compañeras) y puede hacer el trabajo, si bien aún lo hace desde la consciencia, desde lo racional, desde la aplicación de las técnicas adquiridas. Todavía actúa pensando y seguramente todavía con cierto sufrimiento y esfuerzo (maldita cultura del esfuerzo, qué daño nos hace…). 

Para algunas, superar esta fase llevará años. Para otras es apenas una breve transición hacia la última fase. Para casi todas es un momento feliz, en la que ya empieza la realización artística (la personal empezó mucho antes al sentirse crecer, seguramente). Algunas, las más perfeccionistas, todavía sufrirán la aguja de la propia crítica, la trampa de las expectativas propias y ajenas, que les hará centrarse en los fallos, en lo no conseguido, en lugar de disfrutar el momento y arriesgar lo logrado sin miedo.

Fase 4 - Competencia inconsciente

El “nirvana” de la interpretación. La “budeidad” en el arte y la vida. Esta fase llega poco a poco, en un desarrollo que ya tiene mucho de psicológico y poco de técnico. Ocurre cuando la actriz disfruta en el escenario, se olvida de sí misma, se hace invisible para sí y permite que el personaje sea así visible para los demás. Ocurre cuando se pierde el miedo y se abandonan las máscaras, cuando uno siente que actúa para uno mismo, en perfecta y feliz soledad acompañada y se olvida del otro, del público. Y es donde nace la magia.

Nunca dejará (espero) de maravillarme, la contemplación de la bellísima sencillez del universo manifestado en una persona que interpreta sin pensar, que se desnuda ante sí y los demás, que se convierte en un animal mágico capaz de desear, de odiar, de proteger y matar, convirtiéndose en un espejo para todos, una nada llena de cosas o un todo vacío que no puedo dejar de mirar y me atrapa llevándome a nuevos mundos que, a lo mejor, son en realidad el único mundo real. Nunca dejará de maravillarme (joder, espero) la increíble sensación de ser mucho más que un ser humano al ser por fin de verdad un ser humano, de la infinita complejidad que hay en la sencillez de la interpretación que es, en realidad, la inmensa sencillez que hay más allá de la sofisticación (Leonardo dixit).

Este proceso de aprendizaje de lo teatral es infinito, agotador, apabullante, retador, maravilloso. Es una vida, una religión casi (pocos hemos estudiado, hecho o enseñado teatro sin oír a nuestro alrededor la palabra “secta” en boca de quienes nos quieren y nos aguantan), un camino imprescindible.


Como alumno, como actor y profesor, lo recorro a diario en los ojos de mis alumnas y lo veo a través de los míos, aprendiendo en cada clase nuevas y valiosas lecciones que me rompen, me ponen frente a mí, y me hacen seguir y seguir creciendo. Gracias, alumnas, por las enseñanzas de cada día. Por el valor y la generosidad. Por dejarme compartir vuestras vidas.

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